Ciudad de México.- A medida que la pandemia de COVID-19 evoluciona, se vuelve más confuso diferenciar sus síntomas con los del catarro común y la influenza, enfermedades respiratorias contagiosas causadas también por virus, lo que crea una demora en el diagnóstico, un retraso en el tratamiento o aplicación inadecuada de fármacos con riesgo de complicaciones y un gasto en la economía familiar.
Estas enfermedades que causan problemas respiratorios pueden ser asintomáticas o cursar con síntomas leves que pueden agravarse.
“Como recomendación inmediata, el médico debe pensar en el momento actual en el que vivimos, así que, por fundamento epidemiológico y para prioridad de atención, debe considerar que el paciente tiene COVID-19 hasta no demostrar lo contrario”, afirmó el Dr. Gerardo López, alergólogo e infectólogo pediatra, director general de Asistencia Pediátrica Integral (API) y socio titular de la Academia Mexicana de Pediatría.
Asimismo, es importante que médico y paciente logren diferenciar los síntomas e identificar la enfermedad a fin de evitar tratamientos equivocados que puedan propiciar agravamiento o muerte.
Si bien los síntomas más comunes en las tres enfermedades son fiebre, dolor de garganta, tos, fatiga y dolor muscular, entre otros, existen ciertos datos clínicos que permiten diferenciarlos. Por ejemplo, en el COVID-19 existe un periodo de incubación un poco más largo de hasta 14 días en comparación con las otras infecciones, hay un dolor importante de cintura, pérdida del olfato y alteración del gusto, además de que pueden asociarse mareos, náuseas, diarrea y progresión en algunos casos a la dificultad respiratoria con falta de oxigenación adecuada del organismo.
¿Cómo prevenir las enfermedades respiratorias COVID-19, influenza o catarro?
Una de las mejores herramientas preventivas y en fase aguda, ante estas enfermedades, siempre será el reforzamiento del sistema inmunológico, ya que, al mantenerlo sano, éste debe ser capaz de proteger al cuerpo de cualquier infección.
El uso de inmunoestimulantes, como Adimod (Pidotimod), que rechazan la probabilidad de desarrollar infecciones y cuentan con una acción preventiva, tienen como objetivo inducir una efectiva maduración de distintas líneas celulares que usualmente se encuentran deficientes en los procesos infecciosos y se relacionan con una resolución más rápida de los cuadros infecciosos, así como la prevención de recurrencias y un menor requerimiento de medicamentos para la enfermedad de base.
Además de la medida de protección antes mencionada, la vacunación es considerada la primera opción y, aunque se ha podido observar que la vacuna del COVID-19 ha presentado algunas reacciones alergénicas, el beneficio de la protección de la vacuna es mayor al riesgo de presentar una reacción alérgica tratable en 1 de 100,000 o 1,000,000 de personas vacunadas, según señaló el Dr. David Mendoza, alergólogo e inmunólogo clínico, certificado por la Academia Europea de Alergia e Inmunología Clínica.
El especialista comentó que hasta el momento se han reportado 0.2% de reacciones adversas de 1,893,360 dosis aplicadas de la vacuna RNAm en Estados Unidos, de los cuales sólo se documentaron 21 casos de anafilaxia en el periodo del 11 al 23 de diciembre de 2020, en los primeros 30 minutos de la aplicación. Cabe destacar que 17 tenían una historia de alergia previa y 7 antecedentes de anafilaxia.
En Estados Unidos, los Centros de Control para la Prevención de Enfermedades (CDC) recomendaron NO vacunar a personas con antecedentes de alergia grave o inmediata (en las primeras 4 horas) asociada a cualquiera de los componentes de la vacuna, incluyendo el Polietilen glicol (PEG) y sus derivados como los polisorbatos.
“Las vacunas ponen en marcha las defensas naturales del organismo y de ese modo reducen el riesgo de contraer enfermedades. Son sumamente eficaces porque, antes de tratar una enfermedad cuando ésta aparece, pueden evitar que nos enfermemos”, puntualizó el doctor.
Respuesta inmunológica ante el estado emocional
Estamos viviendo tiempos de grandes cambios y nuestras emociones lo saben. La limitación de la movilidad, el estrés, el aislamiento, el cambio en nuestros hábitos cotidianos, la falta de sueño, el distanciamiento con nuestros seres queridos, perder a familiares y amigos a causa de la pandemia o estar enfermos alteran nuestro mundo emocional y también la manera en que funciona nuestro sistema inmune.
De acuerdo con el Dr. Gustavo Aguilar Velázquez, inmunólogo y profesor titular de la materia de Inmunología en la Facultad de Medicina de la UNAM, está demostrado que emociones como la angustia y la tristeza afectan el sistema inmune, especialmente en lo que se refiere a la primera línea de defensa contra los virus y las células que se han malignizado, y el sistema de defensas se ve más afectado cuando estas sensaciones se prolongan por mucho tiempo.
En un primer momento de estrés, el sistema inmune es capaz de aumentar su respuesta y defendernos mejor, pero ante un estrés crónico o prolongado, termina agotándose y bajando la guardia ante cualquier enfermedad respiratoria, lo que nos pone más vulnerables para contraerla.
Las precauciones para reducir el riesgo de contraer COVID-19, gripe o resfriado incluyen: evitar el contacto cercano con cualquier persona fuera de casa, lavarse las manos con frecuencia con agua y jabón por lo menos por 20 segundos, usar un desinfectante para manos, evitar los espacios interiores donde haya mucha gente, cubrirse la boca y la nariz con el codo al toser o estornudar y evitar tocarse los ojos, nariz y boca.
Tomar medidas preventivas puede ayudarnos a estar sanos y reducir el riesgo de contraer COVID-19, influenza o resfriado común, coincidieron los tres expertos.
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