Por Óscar Ibarra
Director General de COM Comunicación Integral
Twitter: @COMplicesCOM
Increíblemente y contra todos los pronósticos, ganó las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América el disonante personaje creado por Donald Trump para venderle esperanza a los estadounidenses. Un personaje que bien podría haber inventado cualquier representante del fantástico mundo del absurdo, multimillonario déspota, misógino, xenofóbico, que ha construido un imperio básicamente con saliva desde sus primeros grandes éxitos inmobiliarios y que ahora resulta en un carismático líder populista que les hará justicia a sus conciudadanos castigando a los malos de la película representados por los inmigrantes. Y que sin venderse como estadista es comprado como el Mesías.
Sin embargo, esto no es la primera vez que sucede. Como podemos ver en el gráfico incluido en esta columna -y que se exhibe en el museo de la inmigración de la Isla Ellis-, en 1893 un cartón político de la revista Puck, titulado “Looking Backward” ya reflejaba cómo los descendientes de inmigrantes venidos a más y convertidos en pro-hombres de la sociedad y los negocios rechazaban a los inmigrantes ocultando su miedo a la competencia bajo la bandera del nacionalismo.
Pues hoy lo vuelve a hacer realidad Donald Trump con el personaje que se inventó para contender por la presidencia de los Estados Unidos. Pero el tema relevante de esta columna en realidad es analizar por qué tantas personas votaron por él. Por qué tantos indecisos que una semana antes no sabían por quién votar de pronto se decidieron por Trump con una campaña llena de odio y resentimiento y vacía de propuestas constructivas.
Hace algunos años, Wally Armbruster, director creativo mundial de DMB&B, desarrolló un aravilloso sistema de análisis y segmentación de los consumidores basado en una idea muy poderosa: “La diferencia está en lo que hay dentro”, refiriéndose a las mentes y los corazones de las personas y entendiéndolas a través de redes de creencias que nos motivan a actuar de una u otra manera.
Visto de esta forma, resulta irresistible la idea de imaginar qué hay dentro de la mente de los estadounidenses que votaron por la campaña del odio y la xenofobia. Me imagino que cuando escuchaban a Trump hablar de inmigrantes ilegales en su interior se disparaban conexiones a creencias como “¡Claro!, ellos tienen la culpa de que yo no tenga trabajo” o “Esos malditos extranjeros han hecho caer el valor de nuestro trabajo que antes era bien pagado y nos permitía vivir nuestro amado american way of life”… y fantasias similares.
Después de todo, cuando has sido un trabajador honesto y esforzado durante toda tu vida, viviendo como buen estadounidense by the book, y de pronto eso deja de ser suficiente para tener un nivel de satisfactores al que estás acostumbrado, alguien tiene que tener la culpa. Y cuando la única variable visible que ha cambiado es que han venido los extranjeros, sin importar si son inmigrantes, fabricantes o comerciantes, es fácil señalarlos como los responsables.
¿Cuántas esperanzas puede esconder el resentimiento? ¿Con cuántas creencias de lo que podría “volver a ser” se conecta el discurso de acabar con el enemigo? Hoy estamos pagando las consecuencias de que nadie tuvo la decencia de explicarles a los trabajadores estadounidenses que los extranjeros, los inmigrantes y los competidores internacionales no son los culpables de su situación económica. Nadie ha sido capaz de hacerles ver que su modelo empresarial les ha fallado y que no ha sido capaz de competir con calidades originales y permanentes en lugar de sistemas de garantías, que han estado trabajando en un sistema empresarial que ha fracasado operando con la ética de un ladrón.
En una cultura por demás belicosa en la que se alimentan constantemente creencias de que hay que exterminar lo que es diferente, que son reforzadas desde siempre partiendo al mundo en la parte buena y la mala, en la de los dictadores y la de los líderes del mundo libre, en la de los aliados y los países del eje, y en tantos ejemplos que pueden seguir listados aquí, no es difícil entender.
Y como la política sigue siendo la fábrica de sueños y como alguien tiene que tener la culpa para poder alimentar la esperanza, cualquiera que ésta sea, es relativamente fácil apelar a lo más oscuro de las personas para hacerles pensar que hay una luz al final del túnel.
La tragedia en esto es que la mitad de los estadounidenses acaba de decidir realizar una prueba de producto cuyas consecuencias tendrán que vivir por lo menos durante los próximos cuatro años internamente y por quién sabe cuántos externamente.
Qué viva la mercadotecnia política que permite prometer sin dar cuentas.
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